A todos nos pasa. A medida que crecemos, vamos incorporando determinadas vivencias, identificaciones, sentimientos, creencias, recursos, proyectos que hacen a nuestra manera de pensar, sentir y actuar. Con algunas de estas cosas nos sentimos a gusto, creemos que son socialmente aceptables y que nos identifican. Con otras, en cambio, nos sentimos vulnerables, débiles, y a veces preferimos "ni mirarlas".
Con frecuencia he vivido esta experiencia en el consultorio. Las personas llegan abrumadas, sintiendo que cada vez "pueden menos" con lo que les pasa, con esas heridas que no saben cómo sanar. A mí me resultó útil para ayudar a los pacientes, invitar a cada uno de ellos a que imagine que su interior es como una gran casa, con muchas habitaciones, de las cuales muchas han sido cerradas y no se han usado por años. Cada una de estas habitaciones cerradas, en las cuales va apareciendo humedad, lo que hace es aumentar el deterioro general de la casa. Y con las personas, pasa algo parecido. Vamos "cerrando habitaciones", guardando todas las cosas que sentimos que tenemos sin resolver, recuerdos dolorosos, miedos, culpas.
Abrir las habitaciones da miedo, pero es una gran oportunidad de descubrir que todo aquello que creemos negativo, puede tener un nuevo significado, como posibilidad, como un recurso más que sumamos a nuestra capacidad creativa para transitar las distintas situaciones de la vida.
En este blog encontrarán una casa sin habitaciones cerradas, donde iremos descubriendo juntos esta nueva mirada de la vida, esta perspectiva que nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Ampliando la mirada, podemos desplegar nuestra capacidad creativa, con la confianza de saber que las soluciones, podemos buscarlas en nuestro interior.
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