Aunque objetivamente un día sucede al otro, el cambio de año, como el de
la edad, nos alerta sobre nuestra propia finitud, sobre cómo estamos
administrando nuestro tiempo. De manera consciente o inconsciente, hacemos un
balance del fin de ciclo. Se movilizan vivencias "escondidas" de
temas no resueltos. Aparecen en primer lugar las pérdidas, el dolor por la
partida de un ser querido, por un divorcio, o por anhelos que no se concretaron.
En algunas personas, la sensación de inseguridad, de angustia, ansiedad
o miedo se instalan en sus mentes y tratan de “detener” el tiempo que,
implacable, avanza de todos modos. Pueden experimentar una sensación
de vacío, que se manifiesta incluso a nivel corporal. A este vacío, intentan mitigarlo
con ocupaciones múltiples, compras, reiteradas cirugías estéticas, adicciones y
otras vías de escape que calman en el momento pero ahondan las heridas que
fueron ignoradas y que sin embargo, poseen un potencial curativo.
En otras personas, los desengaños y frustraciones suelen tener su origen
en la magnitud de sus expectativas, muchas de ellas puestas en los hijos o
en otras personas, razón por la que se atribuyen a los demás los magros
resultados. Así, se descargan sobre otros enojos y rencores y se debilitan los
lazos afectivos.
No ocurre esto cuando nos sentimos protagonistas y no víctimas de
nuestra propia historia. Reconocemos los errores, valoramos lo bueno que hemos
hecho y lo que hemos aprendido en el
trayecto. Esta experiencia se comporta como una bisagra entre el
pasado y el futuro. Entonces, desde otra perspectiva, de cara hacia el nuevo
año es fundamental percibir aspectos que están conectados con nuestro poder, con
nuestras capacidades, habilidades, proyectos y anhelos que esperan ser
realizados.
En primer lugar, es preciso conectarse con el AHORA. El presente se
entrega cargado de innumerables posibilidades para seguir creciendo como seres
humanos e invita a soltar las cargas negativas y las creencias limitantes, para
que podamos abrirnos desde la incertidumbre a lo nuevo, al devenir de la vida. En
segundo lugar, es importante conectarse con el QUIERO, que es la palanca
que nos motiva, que activa nuestra pasión más allá de los obstáculos, nuestra determinación
para concretar tareas, nuestra capacidad de trabajo constante para lograr la
realización de la propia vocación, obtener inspiración, concretar anhelos y desempeñar nuestra misión en el mundo.
Ni en el pasado ni en el futuro estamos conectados con la vida.
Sólo tomando conciencia de que el presente es lo único que tenemos para sentirnos vivos y dando cada paso desde ahí, mirando cada hora y cada día como un regalo que se nos ofrece, podemos crecer. Nuestra determinación de llegar a un objetivo se potencia cuando, día tras día, disfrutamos y aprendemos desde el amor y la gratitud, en el camino hacia la meta.