Día a día, la relación de los
padres con sus chicos va determinando la identidad que los niños construyen
para toda la vida en sus primeros años. En el ajetreo cotidiano, a los padres
les cuesta encontrar tiempo para reflexionar sobre la calidad de ese vínculo. Por
querer darles lo mejor, muchas veces el adulto desvía el foco de su tarea
fundamental, que es acompañar al niño en su proceso de crecer y desarrollarse.
Cada año, la llegada del Día del
Niño activa en los padres un fuerte sentimiento de obligación y urgencia de
cumplir con todos los deseos de los más pequeños, de colmarlos de regalos y
actividades, porque se viene "ese" día especial. Ante esta vivencia
tan fuerte, es fundamental reflexionar y preguntarse, ¿de dónde viene esa
obligación? En verdad, muchos padres prefieren llenar a sus hijos de juguetes y
regalos, porque piensan que es lo que ellos saben dar y creen que es lo mejor
para los chicos.
Es cierto que los chicos adoran
los juguetes, y es sano regalárselos, pero no hay que perder de vista que lo
que un niño más valora es el tiempo de disfrute con sus padres, el compartir y
el jugar. Ese acercamiento genuino sólo se da cuando el adulto logra
"salirse de su esquema" y ponerse en el lugar del niño, comprenderlo
de verdad. Muchas veces los adultos, por sus propias creencias negativas,
miedos, dudas y prejuicios, no son capaces de establecer una conexión con sus
chicos. A veces, esas creencias no
favorecen la comunicación, sino que son como "paredes" que separan a
la persona de los demás, como cuando el prejuicio, tanto hacia sí como hacia el
otro, se apoderan de su percepción y de su actitud, impidiendo un vínculo sano.
"Conmigo se aburre", "lo único que divierte a mi hijo son los
juguetes nuevos", etc., son ejemplos de este tipo de pensamientos marcados
por el prejuicio. El tomar conciencia de esta tendencia posibilita, día a día,
aprender a conectarse con los chicos también desde un lugar del "niño",
desde donde la necesidad de explorar y absorber el mundo jugando son las
principales motivaciones.
Así, los adultos logran mirar y
escuchar a los niños, no desde el lugar de "grandes", sino desde esta
nueva perspectiva que les permite entender sus necesidades y motivaciones. Con
esta dinámica los chicos se sienten valorados y aceptados como son, a medida
que van adquiriendo la experiencia de estar conectados amorosamente con quienes
los cuidan. También los adultos crecen en el proceso, porque desarrollan una
capacidad de servicio, generosidad y entrega que estimula al niño a imitar este
ejemplo.
Ojalá que este Día del Niño sea
para los padres una oportunidad de aprender a abrir espacios en la relación con
sus hijos. Que además de celebrar con regalos, puedan celebrar con dedicación real, desde el
juego, desde el diálogo y las actividades compartidas, ya que esta es la más
poderosa herramienta de seguridad que pueden brindar no sólo a sus hijos, sino también
a ellos mismos.
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